Mi madre socia




Cuando empezamos nuestra empresa, jamás pensé en las letras chiquitas que se escribirían en mi hisotria al tener a mi madre como socia. 

¡Mi mamá, señores! Que no es una mamá cualquiera. Es digna mujer del título nobiliario de “buena madre mexicana”. Mis amigos podrán dar fe. Siempre fueron alimentados en casa, escuchados, apapachados, pero sobre todo alimentados: pozole, frijol con puerco, pierna adobada, aunque sea una sopita ¿con plátanos machos? Ándale te sirvo otro poquito, no te hagas de la boca chica. 

Trabajar con la familia tiene pros y contras. Los radicales dicen que nunca hay que hacer negocios con la familia, pero los idealistas pensamos que no hay mejor aliado que la sangre. Entre ambas posturas, por supuesto, hay muchas posibilidades y, después de ocho años de ser socia de mi madre puedo decirles con certeza que más de una vez hemos pasado del amor al odio y viceversa. 

Cuando empecé a trabajar como antropóloga, a mis veintes, en las comunidades rurales de Veracruz, dirigí equipos de personas de todos tipos. Trabajaba con una organización social sin fines de lucro y hacíamos comedores escolares en escuelas públicas: organizabamos a las madres de familia, buscábamos bancos de alimentos, empresarios aliados que nos apoyaban a comprar el mobiliario, las ollas, a hacer el techo, y también universidades y ONG que participaban con capacitación y acompañamiento. Esto es, aprendí a trabajar con gente del campo, con empresarios de alto nivel, con funcionarios públicos y de paso con organizaciones sociales y académicos. Y en cada caso, la manera de trabajar era un mundo diferente. 

Pero con mi madre encontré una nueva posibilidad. 
Impensable. 
Inaudita. 

Ajustarnos a trabajar juntas fue un reto que se tomó su tiempo. Ser madre e hija es un trabajo muy lejano a tener una reunión de staff. De modo que, aunque yo tomé fácilmente una actitud directiva, mi madre siempre era mi madre. Esto es, reaccionaba como socia, como empleada, como jefa, pero en su multipersonalidad laboral mi mamá siempre era mi mamá. 

Nunca estuve lista para tener esa respuesta de una compañera de trabajo. Me aleccionaba en frente del equipo, de nuestros clientes… Más de una vez tuve que parar envíos porque ella tomaba decisiones de mamá:
-No había de guayaba, entonces le completé la caja con dos de mango -me decía casual cuando Fedex estaba a punto de recoger el paquete.
-Mamita, el cliente pidió su caja con GUAYABA. 
-Ay, pero la de mango le va a gustar mucho, vas a ver.
¡Me volvía loca! ¿cómo se hace para señalarle errores a tu mamá? 

Con el paso del tiempo nos conocimos mejor. Empecé a ver que su actitud podía ser una ventaja y ahora pienso que es algo muy bonito. 
El chico de Fedex le responde por whatsapp de inmediato, y más vale que le resuelva lo que pide o “la va a oír” (incluso cuando lo cambiaron de sede, seguía monitoreando a distancia a su reemplazo para que doña Lety no le reclamara). Y lo mismo el proveedor de materias primas, don Javier del agua PuriSMA, el señor del gas… a todos les regala mermeladas, y luego ellos por su cuenta, pasan de vez en cuando a comprar al taller.

Mi mamá ha aprendido a dirigir a su propio equipo, a su modo, como mamá, con cariño y comprensión. ¡Además somos puras mujeres! Eso hace que la energía del taller sea de por sí, más maternal. Más de una vez la he visto platicando con Chayo, dándole consejos para lidiar con sus cuatro hijos como madre soltera. O abrazando a Mary, después de alguna confesión, porque las dificultades en su casa no son menores. Les compra flores y un pastel el día de su cumpleaños y, por supuesto, les da el día libre para que vayan al festival del 10 de mayo a las escuelas de sus hijos y les da permisos, casi caprichosos, que solo ella entiende: "Hoy Lupita llega a las 11am. Mañana Chayo no viene". 
Pero funciona. Nunca he cuestionado su método. 
Las chicas la adoran y nuestro equipo es leal y responsable. Y jamás han dicho que no, cuando el trabajo se pone rudo y hay que quedarnos horas extra o trabajar en fin de semana.

De manera personal, tener a mi mamá como socia me ha dado un tema común: la empresa. Ya no importa que nuestras vidas sean tan diferentes o que pensemos distinto de tal o cual tema, ahora nuestro vínculo laboral nos une en un terreno neutral, y disfrutamos vernos, sin esa responsabilidad de “tienes que ir a comer a la casa el domingo”. Lo hacemos cuando nos place y si no, de todas maneras el lunes nos vemos. Antes de trabajar juntas vivíamos en ciudades diferentes y nos veíamos dos veces al año. 

La mejor parte, sin embargo, es que cuando tengo un mal día, uno de esos que te hacen pensar “quiero a mi mamá”, yo la tengo justo ahí. Y tengo además la confianza de decirle que no sé qué hacer y de llorar con ella. Entonces me abraza y me dice “no pasa nada, brujita” y yo lloro y vuelvo a sentir que todo está bien. 

No sé cómo funcionen otras empresas familiares, pero en la nuestra, al menos, el concepto de familia se hace grande y nos incluye a todos los que contribuimos a ella. Nos da un trabajo digno, una oportunidad de hacer algo por nuestra ciudad, por nuestro país y, de paso, todos nos ganamos una madre adoptiva que en mi caso es de a de veras y además es mi socia. Te amo, mamita.


 Érika y Lety, en 2013 cuando firmamos el acta constitutiva de Happy Marmalades SA de CV

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